Click acá para ir directamente al contenido
REPORTAJES ESPECIALES

58 años trabajando la greda: así es la vida de Benedicta Lara, una solitaria locera de Pilén

  • Lunes 9 de diciembre de 2019
  • 17:25 hrs
  • Autor: Diego Arrieta
Las imágenes son de Bárbara Ramos Moya.

Las imágenes son de Bárbara Ramos Moya.

En el corazón de la provincia de Cauquenes está Pilén, lugar de artesanas que a diario van en busca de la greda para trabajarla, moldearla y transformarla en verdaderas obras de arte. Una de ellas es Benedicta de las Mercedes Lara Aguilera quien, a sus 70 años de edad, ejerce el oficio «con la misma pasión de siempre».

Benedicta nació en septiembre de 1948 en Pilén Alto, a 17 kilómetros de la ciudad de Cauquenes, en la región del Maule. Es la mayor de cinco hermanos. Su padre era agricultor y su madre artesana, de ella aprendió el oficio. De hecho, asegura que, en la actualidad, «es la única de su familia que trabaja la greda».

En medio de la tranquilidad que brinda el campo está situado su taller. Trabaja sola, vive sola, pues sus cuatro hijos decidieron irse a otras ciudades del país en busca de mejores oportunidades laborales. Un caballo, un par de perros, un gato y unas cuantas gallinas la acompañan en el difícil y agotador afán de la alfarería.

«Yo llegué hasta cuarto año básico, porque antes los papás no tenían para seguir pagando los estudios. Entonces mi mamá me dijo que debía aprender a trabajar la greda para ganar dinerito. A mí me encantaba la idea. Y con 12 años comencé a ejercer este oficio», cuenta Benedicta mientras sus manos, ya resentidas por el paso del tiempo, moldean una paila que, según ella, «es lo más fácil de hacer».

EL PROCESO

Enero y febrero son los meses indicados para ir en busca de la greda. Este material se obtiene excavando la montaña que, para comodidad de Benedicta, queda a unos pocos pasos de su casa. Ahí, cuando el sol de verano está en su máximo esplendor, se saca –con las propias manos– la arcilla y se guarda en un lugar cerrado para protegerla de la humedad.

«Yo saco como 15 carretillas de greda (…) La guardo, la tapo y con eso tengo para trabajar todo el año», señala la artesana.

Hasta aquí parece un trabajo agotador, pero hay más… «Antes de comenzar a moldear una pieza hay que machacar la greda hasta convertirla en polvito. Después se cierne y se moja igual como si uno fuese a preparar pan. (…) La revuelve bien a dos manitos hasta que uno termina de mojar toda la que tiene. Luego se amasa, la mueve, la remueve y la aprieta para que se una toda la greda. Solo después de esto, se puede empezar a trabajar», enfatiza Benedicta.

Una vez moldeada la pieza hay que ponerla al sol para que se seque. Cumplido este paso, se procede a pintar la loza. Pero atención, no es cualquier pintura, advierte esta hábil artesana. «Este color se obtiene de la montaña (…) Es una tierra roja que se debe buscar lejos en la montaña y cuando se le echa eso, es que queda roja la loza».

¡Ahora sí! Una vez pintada la loza, va al fuego. Aunque esto también es todo un proceso, porque es necesario conocer el tiempo y la temperatura indicada para que la pieza no se dañe. «Hay que calentarla poco a poco».

Vasos, platos, pailas, cucharas, sartenes, ollas, azafates, muñecas… ¡En el taller de Benedicta hay de todo y de todo se puede hacer! Aunque reconoce que sus principales herramientas de trabajo ya no funcionan igual que antes. «A esta edad ya se me están deformando los huesitos de las manos, pero imagínese, qué más le vamos a pedir a Dios, qué más le vamos a pedir al cuerpo, si desde los 12 años estoy trabajando».

VENDER SU ARTESANÍA, UN ACTO DE SUERTE

Benedicta Lara vende su artesanía en la ciudad de Cauquenes, específicamente en calle Balmaceda, lugar destinado para las loceras de Pilén. Señala que solo puede ir los miércoles y sábados, ya que el transporte que une ambas localidades «es complicado y no pasa a diario».

«Yo arreglo mis canastos, mi caja y me subo a una carretilla que tengo y ahí llevo mis cositas. Es muy sacrificado vender la loza. Y después, al final del día, si no vendo nada, tengo que traer todo, porque en Cauquenes no tengo lugar para guardar mi mercancía».

Recuerda que cuando sus hijos estaban pequeños, el dinero obtenido por la venta de sus lozas «solo alcanzaba para comer». Y asegura que «a veces iba bien, a veces iba más o menos y a veces no se vendía nada».

Hay otras trabas, explica Benedicta, a la hora de vender. «Varias artesanas venden más barato y, por supuesto, venden todo. Las que vendemos más caro, no vendemos nada (…) Esto ha traído malestar. Por eso, las 21 artesanas de la zona nos estamos reuniendo para aprender a valorar nuestro trabajo y así todas poner el mismo precio y no perjudicarnos».

Aunque eso sí, reconoce que «en el verano está bueno el negocio, nos va bien a todas, porque viene mucho turista».

EL TERREMOTO SE LLEVÓ AL AMOR DE SU VIDA

La vida le cambió a Benedicta la madrugada del 27 de febrero de 2010. Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta cuenta la tragedia que la enlutó para siempre.

«La casa se cayó por completo. Como era verano, mi hijo estaba de visita con su esposa e hija. Todos logramos salir, pero mi marido no. No supimos nada de él, porque la casa se fue toda. Luego encontramos su cuerpo debajo de los escombros».

«Yo de ver todo en el suelo y mi marido muerto, lloraba, gritaba, no sabía qué hacer, estaba desesperada. La pena más grande que tenía era que no sabía dónde velar a mi marido porque todo estaba en el suelo».

Finalmente, los restos de Juan Agustín Leal, esposo de Benedicta, fueron velados en la casa de su cuñado. Solo así, y luego de un largo tiempo de sanación interior, esta noble artesana pudo levantarse y continuar.

ACOSTUMBRADA A LA SOLEDAD

«No le tengo miedo a la soledad. De hecho, ya me acostumbré a estar sola», comenta Benedicta al hablar de su día a día. Sobrevive con las ganancias de su trabajo y con una pensión de 106 mil pesos.

En el terreno de su casa hay un pequeño huerto. Ahí siembra «pocas verduras para el consumo propio».

Hace pan, churrascas, sopaipillas. Alimenta sus animales. Prende la radio a todo volumen. Se levanta a la hora que quiere y se duerme cuando quiere. «Nadie me dice nada, nadie me molesta por nada. Yo estoy solita aquí y llevo mis días como quiero», dice entre risas.

«Solo quiero que Dios me dé más vida para seguir trabajando mi greda, porque es lo que me gusta. Lo hago con pasión. Con esto levanté a mis hijos, levanté mi casa y es lo que quiero hacer hasta que muera».

TESORO HUMANO VIVO

En el 2012, las loceras de Pilén fueron reconocidas como Tesoro Humano Vivo «por mantener una tradición alfarera, representante de una cultura productiva y reproductiva local que manifiesta los valores de la vida campesina».